Influencias, prescriptores, informaciones...


El término prescriptores lo he utilizado abundantemente en ocasiones anteriores. Creo que hoy en día, y así se ha justificado, la influencia que llegan a tener es lo sufiencientemente grande como para reincidir en los efectos de sus actuaciones.
Si añadimos que un prescriptor puede situarse en diversos ámbitos de la vida social y que uno de esos ámbitos suele ser la industria mediática, concluiremos en que la superposición del informador con el prescriptor puede llegar a producir graves efectos (por defectos) en la información que se ofrece al ciudadano de a pié.
Ayer Antonio García Barbeito lamentaba la agresión producida a Hermann Tertsch en un escrito que concluía con la frase: “No me preocupan las plurales ideas de España”.
A mi me preocupa enormemente que se esté tendiendo a la radicalidad en esas ideas plurales. Que se tienda a aprovechar situaciones con gran repercusión mediática para, extrapolar conductas que no se han comprobado. Que se infieran acusaciones cuya única motivación es la pluralidad de esas ideas que García apunta.
Y todo ello por faltar al principio de la profesionalidad (los informantes) y al principio del respeto (los políticos de turno).
Así pues, ante situaciones como esta, solo debe caber la prudencia, prudencia hasta recabar y confrontar informaciones, prudencia hasta ser conocedores de los hechos y prudencia a la hora de pronunciarse ante un público que, lejos de participar en batallas mediáticas, pretende ser conocedor de los hechos, de la verdad.
No sirven argumentaciones de comportamientos previos, si Tertsch viene manteniendo una actitud insolidaria, si sus criticas y manifestaciones se encuentran en los límites de lo moral y hasta legalmente posible, es harina de otro costal.
Los hechos son los que han de marcar las pautas. Su investigación, su análisis, independiente de cualquier predisposición personal, ha de prevalecer sobre cualquier otro interés.
Y curiosamente ante situaciones como esta, esos hechos son los menos conocidos. Porque de otro modo los titulares hubiesen apuntado en que circunstancias se produjo la agresión, tal como algún medio bien informado señalaba “una agresión sin componente ideológico”. Hubiesen concretado con claridad que se produjo “a altas horas de la madrugada” (nocturnidad y alevosía). Hubiesen indicado como otras fuentes lo hicieron que “bien pudiera haberse debido simplemente a un atraco o una pelea” (que a casi cualquiera le puede pasar).
Pero esas interpretaciones de unos hechos aún no probados no “arrastran audiencia”, es mas fácil, aprovechando la cualidad de prescriptor, derivarlas hacia posiciones mas “provechosas”.
No importa si ese comportamiento acaba afectando a alguien, si en el “fragor de la batalla” se acude a mentiras proferidas por el político de turno para acaparar audiencia. Todo vale, vale.
(Sea esta última palabra como fuere usada por Cervantes, la despedida.)

Tiempo ...

Se acaba el año... se acaba una etapa de la vida de cada uno de nosotros, una etapa que tal vez recordaremos mas adelante. Y seguro que ese recuerdo será completamente distinto a la realidad de hoy. El tiempo, ese tiempo mitigador, ese tiempo que cura, se encargará de pincelar adecuadamente las rasgos que hoy mismo tenemos marcados a fuego, con dolor, con ira.
En otro momento distinguía la capacidad de la naturaleza de hacernos ver, sin que seamos conscientes de ello, ese paso del tiempo. Aprendemos de ella, pero no lo suficiente. Porque nuestra estructura vital se ha tornado, como ya apuntaba, lejana a la esencia de la naturaleza.
Por empezar por algo, que día a día pretende enseñarnos y no aprendemos, podemos hacerlo con lo efímero de las cosas. La virtud de los elementos bellos, y no tan bellos, que la naturaleza nos ofrece viene condicionada por su carácter temporal, por su momento. El hombre, como elemento de esa naturaleza, es el único que ha pretendido romper con esa regla de oro. Inventando sistemas que “perduran”, que se instalan en nuestro mundo para perdurar, perdurar mas allá de lo que “naturalmente” es posible.
Y en medio de esos impulsos “sociales” de perdurabilidad, nos encontramos nosotros, naturales y sujetos al paso del tiempo. Paradójicamente, formamos parte de esa sociedad que se orienta a la “inmortalidad” con nuestra mortal y natural condición.
Es perverso pretender que la afectación del tiempo en nuestras vidas sea sea una condición limitante de nuestra “participación social”. Pero es mas perverso pretender que esa participación vaya a hacer de nosotros escapistas de la naturaleza.
Nos falta la aceptación de esa condición, la asunción de nuestra naturaleza.
Alguien pretende ver en esa capacidad de formar el futuro una esencia de la propia naturaleza humana. Cabe ese planteamiento, como también caben muchos otros de tipo espiritual.
No pretendo limitar esa espiritualidad, no pretendo echar por tierra las esperanzas que se van acumulando en la bolsa de cada uno de nosotros. Pero si quisiera que cada brizna de esperanza, cada intento de perdurabilidad se viese acompañado, que no limitado, por la correcta percepción de sus objetivos, por la correcta consideración de sus características naturales.
Así nos presentaremos ante el nuevo año.

Señales

En este momento, del mundo que nos ha tocado vivir, estamos sujetos a la libertad y sobre todo oprimidos por su ejercicio indiscriminado y tendencioso.
El mal pensante no seguirá leyendo al entender que lo escrito atenta contra el sistema democrático cuyo bastión es precisamente la libertad.
No pretendo cambiar los valores establecidos, nada mas lejos de mi intención que entablar un debate sobre los límites de las libertades. Pretendo centrarme en la capacidad de los medios de “modificar” las opiniones de los demás.
En otra ocasión plantee la figura del prescriptor, que con el apoyo de los medios de comunicación, consigue que el individuo tome partido por una opción sin que en ningún momento haya tenido la información suficiente para ese decantamiento.
Encontrarnos en un mundo en el que las áreas de conocimiento se han extendido tanto, hace casi imposible que cualquier persona pueda ejercer su capacidad crítica con conocimiento de causa. No es menosprecio de esas capacidades, es una realidad que nos invade día a día con informes científicos (algunos), informaciones (en otros pocos casos) y (sobre todo) opiniones.
Opiniones que no interesa diferenciar del resto de elementos citados, que en la mayoría de los casos se disfrazan de informaciones y los mas osados hasta de informes pseudocientíficos.
El objetivo en todos estos últimos casos es el mantenimiento de las cuotas de poder, de ese poder que otorga la audiencia en los medios. Estar en el candelero tiene su coste y muchos están dispuesto a pagarlo.
Aunque ese coste sea faltar a la verdad, aunque ese coste suponga eludir los principios del profesional, aunque ese coste suponga mayor coste para terceros, aunque se sea consciente del mal hacer y del daño cometido. No importa, porque actuando de otro modo (el correcto y honesto) puede perderse audiencia, cuota de pantalla y hasta el rol de prescriptor.
Teoría y teoría, ¿donde está la práctica? ¿una muestra?: el cartel que ilustra este artículo y sus consecuencias.
Una emisora de televisión informa del curioso cartel, colocado expresamente por una comunidad gitana (no ha de cuestionarse, puesto que documentalmente así se comprobó). Un cartel que cumplió los objetivos de seguridad de los transeúntes (niños o no, gitanos o menos gitanos) y con el que hasta los que cumplían con su obligatoriedad (relativa) de cumplimiento estaban de acuerdo.
Es el escueto relato de una situación objetiva que permitió resolver una problemática real sin que nadie de los implicados en el proceso se sintiese ofendido.
Al día siguiente, un prescriptor de los medios de comunicación, eludiendo el trasfondo de la noticia hace polémica sobre el cartel, acude a los sentimientos de racismo y postula mil elucubraciones sobre las “responsabilidades” de este tipo de “comportamientos”.
Lógicamente, quienes no siguieron el día anterior la noticia (se difundió en otra cadena) acabarán convencidos, por este prescriptor mal informado, de la negatividad de esa acción de colocar el dichoso cartel.
Creo que es suficiente lo escrito para comprender que la responsabilidad de la información es lo suficientemente importante como para no eludir la documentación que soporte la noticia. Creo que queda suficientemente claro que se debe diferenciar con claridad lo que es una información, documentada, analizada, estudiada y elaborada con objetividad, de lo que es una opinión para lo que únicamente se precisa capacidad dialéctica.
Pretender que las informaciones vayan acompañadas de sus fuentes (como sucede en los informes científicos) es absurdo. Pero pretender que cualquier información sea la consecuencia de un proceso que a todos los profesionales se les enseñó, es una necesidad. Y sobre todo pretender que se informe con objetividad, veracidad y claridad es un derecho que viene reclamado por la propia libertad, esa libertad que al principio pareciese cuestionada.

¿Una lección de economía?



Como tantas otras veces, en las ultimas semanas, se ha utilizado con cierta ligereza la idea del modelo productivo.
Se asevera que la “salida de la crisis” está condicionada al cambio del modelo productivo.
Hasta aquí, bien.
Ahora, cuando el cambio propuesto se dirige hacia la modificación de los elementos producidos, cuando se plantea que se ha de cambiar “el ladrillo” de las viviendas por “el metal” de los coches, cuando se llega a juzgar con severidad la capacidad de producir elementos de calidad en nuestro país, se está malinterpretando el concepto.
Un modelo productivo es el que consigue que una estrategia de ganancia se pueda llevar a cabo, se materialice en ese objetivo: ganar.
La diferencia entre los modelos productivos no son, pues, los materiales sobre los que se actúa, sino como se actúa sobre esos elementos para conseguir el beneficio.
Algunas de las grandes palabras que se muestran en cualquier tratado de economía son: diversificación, flexibilización, disminución de costes, calidad, aumento de producción, innovación y creatividad.
Con esta pequeña introducción, creo que es fácil entender que las grandes palabras apuntadas son las que condicionan la estrategia productiva, y por ende el modelo de producción del que tanto se quiere hablar.
Pretender que los trabajadores de la construcción se dediquen a construir coches no es cambiar el modelo productivo, ni siquiera se acercaría a una estrategia de diversificación.
Pretender que “papa estado” acarree con las consecuencias de los errores empresariales es romper la estructura social.
La incertidumbre de una actuación empresarial es parte del “juego” económico. Si las ganancias son buenas, el empresario gana. Si no lo son, han de formar parte de las previsiones que el empresario debió tomar y ser él quien asuma la perdida y quien adopte las modificaciones que le lleven de nuevo a un período de ganancias.
Por no extender este pequeño apunte, cuyo objetivo es la reflexión sobre la ligereza en el uso de las palabras, concluir que los modelos productivos alternativos que pueden dar buen resultado económico son bien conocidos. Solo hace falta no equivocarse una vez mas en la elección de las estrategias empresariales y llevar a cabo un cambio del modelo productivo bien entendido, que considere con todo su calado la incertidumbre y que se aleje del proteccionismo del estado que a lo único que nos acerca es al desequilibrio social y a la pobreza en todas sus facetas.

Detalles...


En una sociedad en la que “todos” somos distintos, en la que los esfuerzos de marketing y ventas se empecinan en “hacernos” distintos, apenas algunos nos damos cuenta de que tras el bosque de diferencias implementadas, seguimos siendo iguales.
Iguales al emocionarnos, iguales al sentir alegría y sufrimiento. Iguales en nuestras necesidades de fondo, y al fin iguales ante las leyes. Porque estas son las que determinan la base del funcionamiento de la sociedad y nosotros, como individuos, no merecemos (aunque algunos lo pretendan) un trato distinto al de nuestros conciudadanos.
Y por eso cuando nos llaman ante la justicia, para aplicar la ley, da igual que lo hagamos con traje de Armani o vaqueros, con bolso de Louis Vuitton o comprado en el mercadillo, somos iguales.
Y esa igualdad ha de operar hasta el extremo de impedir que alguien cene en Nochebuena con jamón de Jabugo regalado, a cambio de favores, por un administrado. No estoy en contra del jamón, estoy en contra de la forma en que algunos lo consiguen.
Este país sigue siendo un país de dádivas. El enfermo que se ha recuperado por la intervención de un empleado público, se ve “obligado” a llevarle un “regalo”. Regalo que acaba en la basura o en cualquier lugar bien distinto al que aquel enfermo había previsto.
Este país sigue siendo un país de feudos, donde al señor feudal se le permite todo y se le ofrece más.
Donde el señor feudal tiene el derecho de exigir sus “compensaciones” por los “servicios prestados”.
Pero “querido pueblo” los señores feudales de hoy en día están en ese puesto porque “el pueblo” los ha puesto. No hay Dios que nos los imponga. Ni Cristo que los haya bendecido como señores feudales. Y todos ellos han de entrar en esa igualdad que se esconde tras el bosque.
Llevemos adelante el esfuerzo que supone arrancar algo obsoleto de nuestra cultura. Tomemos la decisión que requiere iniciar el desarraigo. Consigamos una sociedad a la altura de nuestro tiempo. Que “los ricos” no dejarán de serlo porque han acumulado sus bienes aprovechando el esfuerzo de los demás. Que “los pobres” también tienen derecho a probar el jamón de Jabugo alguna vez aunque compren sus ropas en el mercadillo de la esquina.

Patrones y roles


Un patrón es un modelo que se utiliza para conseguir otra cosa igual. Si nos referimos a las personas estaríamos aludiendo a su semejanza respecto de otra. Semejanza en cuanto a comportamiento, actitudes o simplemente a nivel físico.
Las empresas son una fuente de patrones y no porque al jefe de la empresa se le llame igualmente patrón, sino porque los comportamientos, las actitudes de las personas que se encuentran en los estamentos mas elevados están cortados por el mismo patrón.
Un patrón que empieza por el desarraigo de su condición de trabajador (cuando los mas no dejan de serlo). Un patrón que continúa con el distanciamiento de sus compañeros (porque de sus subordinados ya se distanciaron anteriormente). Un patrón que subsiste con el autoengaño de una confianza en si mismo inexistente. Un patrón que finaliza con la sustitución (las mas de las veces injustificada) de la persona. Un patrón que deriva con la deriva del individuo entre sus esperanzas, sus terrores, que no miedos, su búsqueda de errores cometidos (sin que lleguen a mostrarse), su perdida de seguridad y al final su evasión (entiéndase de forma no excesivamente drástica).
Ese esbozo del patrón, repetible en los patrones y patroncillos se ve alimentado en gran medida por los roles.
El rol, entendido no como el papel desempeñado sino como la conducta esperada por un grupo, es (o podría al menos serlo) consecuencia del reconocimiento de los patrones.
Nos encontramos en una estructura social estratificada (olvidemos por un momento las consabidas clases sociales). Esa estratificación se hace mas patente en aquellos grupos que requieren una actuación relacional y me estoy refiriendo ahora a la empresa.
La empresa, no es sino un reflejo a escala reducida de lo que es la sociedad. Una estructura cuyos elementos precisan de unos niveles interpersonales mas altos que la misma sociedad. Una estructura en la que los patrones se hallan plenamente implantados. Una estructura en la que los roles se manifiestan desde los niveles mas ínfimos hasta la cúpula empresarial.
Todo este planteamiento, fácilmente considerable como acertado, solo tiene un pequeño fallo.
Pequeño pero suficiente para intentar desbaratar su aplicación. Y si considero que es pequeño, no plantearé que es único. Es repetible en cada uno de los componentes de la empresa. Se trata de no considerar a esos componentes como personas. De olvidar que como tales tiene sus derechos (escondidos e ignorados en la estructura empresarial).
Lo lamentable de la situación no es que se abandone esa calificación por los patrones, en base al rol esperado de sus subordinados, sino que sean los subordinados los que se abandonen al rol esperado, en contra de sus convicciones personales, de sus derechos como personas y, lo mas grave, en contra de su ideología (cuando, cosa rara, esa existe).
Esto nos lleva de nuevo al patronaje, a la repetición sucesiva de comportamientos diseñados por los patrones (en el sentido de jefes). Nos acerca a la noción de rol. Un rol con patrón, un rol con ese pequeño defecto inherente: olvidar que las expectativas de comportamiento se están aplicando a personas y no a máquinas.
El origen de esta maraña se halla en lo alto de la cúpula empresarial. No en vano la “seguridad” del funcionamiento de la estructura “se basa” en esos planteamientos.
Al otro lado se encuentran las personas, con sus virtudes, defectos, capacidades y objetivos.
Y para mejorar esas estructuras tal vez hayan de ser ellas las que rompan el rol, acaben con el patrón y muestren su individualidad.
Una empresa no peligra porque sus componentes muestren sus individualidades, por olvidarse de patrones y roles. Una empresa bien entendida debe aprovechar esas diferencias para “hacerse diferente”, para beneficiarse de la diversidad (palabra de moda) y progresar con la valoración del individuo hacia metas inalcanzables de otro modo.
Los objetivos, seguirán siendo únicos, los beneficios del cambio extensivos a toda la organización. Si el camino puede resultar difícil (especialmente para los que se encuentren en los puestos directivos: patrones) el beneficioso resultado compensará ampliamente el esfuerzo.
Por el comienzo de un camino hacia esa nuevo objetivo, levanto mi voz esperanzado.
Caminemos, que hacerlo sea un patrón para romper los patrones y convencer al patrón del beneficio del camino.

Abstención

Abstención: renuncia voluntaria a hacer algo. Es la renuncia a la acción, es la negación de la acción, matizada por la voluntariedad.
Así visto, es el ejercicio de un derecho, es un ejercicio de la voluntad. Cuando se aplique a cualquier acto, puede tener sentido esa definición pero el propio diccionario aplica el término especialmente a votar en unas elecciones.
Sigue siendo voluntaria la renuncia a la acción de votar, pero deberíamos analizar la “voluntariedad” del acto de rechazar un derecho. Rechazar algo optativo es ejercer el derecho a la libertad de elegir. Rechazar un derecho tiene otro nombre. Tiene otro significado mas allá de la abstención. Nadie se plantea la renuncia a un derecho fácilmente. Todos tenemos dentro de nuestro ideario la premisa permanente de ejercer nuestros derechos y, día a día, rutinaria o intencionadamente cumplimos con ella. Cumplimos al elegir el yogur de la segunda fila en el supermercado (estará mas fresco), al seleccionar la butaca del cine al que asistiremos, y así de la mañana a la noche, de forma que solo renunciaremos a algo cuando entendamos que no es bueno para nosotros. Porque ante todo está nuestro derecho a la supervivencia, ante el que nunca seremos capaces de formular una renuncia.
La sociedad actual se viene regulando por el ejercicio de un derecho, el derecho a elegir a los representantes que planificarán sus derechos durante un determinado periodo de tiempo. Derechos que serán marcados según la ideología (o carencia de ella) de quienes resulten elegidos para tal fin.
Visto de esta forma, resulta mas importante que elegir el yogur adecuado por su situación en el estante o la fecha de caducidad. Con este planteamiento, la abstención cobraría un significado perverso, la perversión de que su ejercicio, voluntario, nos está inclinando hacia una elección contra nosotros mismos.
Siempre he mantenido, en el terreno laboral, que la no afiliación es una consecuencia de la ausencia de conciencia de la situación como trabajador. Y siempre he ido mas allá planteando que no se trata de que los trabajadores, concienciados de serlo, deban afiliarse a un sindicato concreto. Cualquiera serviría.
No pretendo que por el hecho de ser ciudadanos nos veamos obligados a la afiliación a un partido político. Ni mucho menos. Mientras que la afiliación a un sindicato, como trabajadores, supone dar soporte a una estructura para su defensa frente al empresario, la afiliación política significa disposición a la colaboración y eso no es exigible, es plenamente voluntario.
No obstante, de la afiliación política a la participación en un proceso de votaciones hay un paso bien largo. Votar no es colaboracionismo con un partido, es colaboración con el sistema democrático que todos hemos aceptado como el menos malo. Y esa colaboración sí puede considerarse “obligada”, como parte de nuestra responsabilidad social y en mayor medida como ejercicio de un derecho irrenunciable.
Si alguien quisiera entender que su negación a la participación es una forma de protesta contra quienes están representándonos, los partidos con representación en el Parlamento, debería plantearse si esa forma de hacerlo es la adecuada. Si la abstención representase “votos en contra” de los representantes, difícilmente se podría sostener la renuncia a un derecho como vía para ello. Mas adecuado sería el voto en blanco, que acabaría significando que ejerzo mi derecho pero ningún candidato se merece mi voto.

Primavera

Llegó la primavera.....
Hace ya tiempo en una tira de Quino (gran filosofo y dibujante) creo que fue Miguelito (amigo de Mafalda) el que dijo junto a su amiga: “Llegó la primavera”, mientras que sentados en un banco del parque un anciano le decía a otro : “llegué a la primavera”.
Banal, tal vez baladí o tal vez todo lo contrario.
Durante muchos lustros, generaciones y civilizaciones, la forma de medir el paso del tiempo la ha venido marcando la naturaleza. El reverdecer de los campos era señal del propio resurgir, de que la vida tiene una esperanza en si misma, porque la naturaleza la ha puesto ahí.
Ese enfoque de la existencia hacía la estimación del tiempo en términos evidentes, hacía que se entendiese como una participación en la propia naturaleza.
Hoy, apartados de la naturaleza, aferrados a las tecnologías (que no son sino su antítesis), al cemento, al ladrillo, nos vemos inmersos en una secuencia de elementos y acontecimientos que nos marcan el paso del tiempo de forma desordenada, sin control, sin medida.
Y, el extremo mas alarmante de esa falta del control del paso del tiempo, es el empecinamiento en que sean los ciclos económicos los que marquen nuestra existencia, los que condicionen nuestro futuro, los que limiten nuestro presente. Por ello ya no sabemos si será cierto en que plazo de tiempo, marcado tecnológicamente, nuestra situación será mejor o irá a peor.
Nos hemos apartado de las señales que utilizaron nuestros antepasados y que ya no reconocemos, no las observamos y menos aún nos llegan a producir cualquier tipo de emoción. Ya no nos dejamos conquistar por los “misterios” de la naturaleza, no forman parte de nuestra existencia y casi ni de nuestra memoria.
Por eso cuando alguien me envió una foto de un cerezo florido me alegré al pensar que todo no está perdido porque inconscientemente fue seducido por el resurgir de la planta. Por eso he colgado en mi escritorio una foto de un frutal florido (no me preguntéis de que tipo de árbol, no lo se).
Pero lo que está aquí escrito, no lo ha traído la primavera, es parte de esa cultura tecnológica. Es parte de esos elementos que nos acaban atrapando y nos impiden ver mas allá. Aún así, no creo que sea del todo malo, si apenas sirviese para una pequeña reflexión de alguien que se atreva a leerlo.
Hoy la economía nos marca el camino, nos conduce a nuestro destino indicándonos como actuar, según los puntos de sus continuos y acelerados ciclos.
Y nos dejamos guiar porque ya nos nos preocupa lo que nuestros antepasados tenían por prioritario: llenar la despensa. Nos causa angustia el no saber si el sistema económico será, en el futuro, capaz de soportar nuestra carga o nos abandonará en medio del camino. Nos inquieta no saber si podremos mantener el “nivel de vida” al que la misma sociedad no ha conducido. Y esas preocupaciones se acrecientan porque los “ciclos” económicos no son ciertos, no son como las estaciones.
De forma que ya no nos alegra pensar que “llegó la primavera” y tampoco nos consuela saber que “llegamos a la primavera”.
¿Que nos puede ayudar ahora? Tal vez volver la vista atrás, tal vez, tal vez.............

Vanidad, orgullo....


Siempre he tenido verdaderos problemas acerca del significado de algunas palabras. Esto que para cualquiera puede ser insignificante, para mí, casi obsesionado por la comunicación eficaz, supone un problema a resolver. Y creo que ha llegado el momento de aprender.
Empezaré por la última “acusación” formulada hacia mi persona: vanidad.
Rebuscando en etimologías y definiciones, he flipado (palabra de nuestro diccionario) con los resultados.
La wikipedia apunta: “La vanidad es la excesiva confianza y creencia de la propia capacidad y atracción muy por encima de otras personas y cosas”. Bonita “definición” pero falta de objetividad pues ¿a partir de que nivel se debe considerar excesivo? y ¿como conocer los niveles de atracción de quienes nos rodean?.
Menos mal que el loco de Nietzsche acude en mi socorro cuando escribió lo siguiente al respecto: "La vanidad es la ciega propensión a considerarse como individuo no siéndolo..."
Si a lo largo de las parrafadas vertidas en este blog, quedase atisbo de pretensión en el sentido que el alemán citado expresó, agacharé la cabeza y con humildad rasgaré mi capa y modificaré mi comportamiento (difícil tarea).
Aunque no sirva, por subjetiva, mi opinión, creo no haber caído en ese defecto y sin embargo lo veo continuamente a mi alrededor (en esa casa de locos y fuera de ella). Hoy pululan por la casa (y por las calles), en múltiples de sus rincones, sujetos que muestran su vanidad hasta la saciedad, cuando sus actos y obras les delatan continuamente.
Conocerse a uno mismo es el camino que algunos hemos emprendido hace mucho tiempo, sabiendo nuestras limitaciones confiando con mesura en nuestras capacidades.
La vanidad esconde en esos personajes su propia y limitada capacidad, y su comportamiento deriva de calzar una coraza de oro fino que tarde o temprano acabará quebrándose y mostrando la podredumbre de su interioridad.
Orgullo, casi sinónimo de vanidad, es una palabra compleja en sus diversos significados. Es el primero de los siete pecados capitales que Santo Tomás de Aquino relacionó (sirva para los “creyentes”). Y en esa apreciación negativa del concepto, se llega a definir como la sobrevaloración de uno mismo frente a los demás.
La variedad de los significados de esta palabra llega a la paradoja.
Paradójico es que signifique en ocasiones tener un nivel de autoestima adecuada y paradójico es que cuando se utiliza en relación a otras personas o cosas signifique algo positivo, y se considere como algo que cubre nuestras expectativas, valioso para nosotros.
Considero que hasta ahora, en mi ámbito de expresión, entendía el orgullo en su significado negativo, como algo a condenar y condenable en muchos casos por llegar a la sobrevaloración absoluta.
Cuando alguien me pregunta ¿que tal? siempre contesto preguntando si se trata de una pregunta retórica, pretendiendo indagar si su contenido alcanza la realidad o se limita al uso pomposo del lenguaje. ¿Motivo? pues que tratándose de una pregunta retórica no merece una contestación real y acabo diciendo “bien”, aunque sea mentira.
¿Porque introducir esta cuestión?: Pues porque si esa pregunta se realiza a alguien y la respuesta es “yo muy bien como siempre” posiblemente nos encontremos con alguien afectado de orgullo, que “por orgullo” esconde su situación real y en lugar de recurrir a otra retorica contestación al uso “bien ¿y tú?", se explaya en su propio ego y su superioridad para mostrarnos lo que realmente es: un orgulloso.

Dedicado a Felipe.....

Cuando tienes treinta años no pasa por tu cabeza que un día llegaras a los sesenta o sesenta y cinco y dejarás de trabajar.
Cuando tienes treinta años aspiras a “dejar huella” poniendo tu esfuerzo (las mas de las veces infravalorado) en que tu trabajo sea algo especial.
Cuando tienes treinta años, te excitan los retos, te apasionan las ideas que van surgiendo y hasta llegas a emocionarte si (aunque sea por casualidad) alguien valora tu trabajo o tus ideas.
Cuanto tienes treinta años te empeñas hasta la extenuación en mostrarte y mostrar a los demás tus capacidades, como queriendo manifestar que lo que ya has aprendido, puedes y debes ponerlo en práctica.
Pero no siempre se tienen treinta años. El tiempo pasa, inexorable, monótono y adormecedor.
Y ese tiempo, que va pasando para ti, ha pasado antes para otros que recorrieron antes el camino, que tropezaron repetidamente con las piedras que hoy tienes a tus pies y te invitan a caer.
Pero de nada sirve que la senda que recorres, la hayan pisado con anterioridad, la hayan cuidado y hasta la hayan trazado para que otros como tu tengan un paso mas firme. Les ignoras, les menosprecias porque “ya no tienen treinta años como tu”. Y aunque no siempre sea menosprecio, si lo es hacer caso omiso de las indicaciones que pueden ofrecerte.
Vuelvo a repetir que la experiencia no se gana con las series de acontecimientos que nos van sucediendo sino con la reflexión sobre ellos. De este modo puedes tener treinta años y mas experiencia que “algunos” de sesenta y cinco, pero difícilmente superaras a quien con esa edad ha sabido reflexionar en su acumulo de acontecimientos.
Asumir el cumplir años no se hace fácil cuando la sociedad te está trasladando continuamente directa o soterradamente mensajes de los valores de la juventud. Mensajes que por otra parte se quedan en la pura imagen, elemento que ya se han ocupado de que llegue a tener mas valor que cualquiera de aquellos otros que puedan considerarse en la persona.
En unos momentos históricos en los que en nuestro país la pirámide de edad se está invirtiendo, pretender que los “valores” de la juventud orienten nuestras vidas es despreciar a la mayoría (actitud claramente antidemocrática). Pero los “valores” de los que ya no tienen treinta años no “venden”, no llegan al ciudadano. El motivo ya se ha expuesto, continuamente se han exarcerbado los “valores de la juventud”, siempre en detrimento de otras alternativas.
Una de esas alterativas es llana y sencillamente, aplaudir a manos llenas a nuestros compañeros que tras una vida de dedicación al trabajo se han ganado, bien merecidamente, un descanso. De ellos, los que hemos prestado atención, hemos aprendido. Por ellos hemos encontrado mas llano el camino. Y por ellos seguiremos en nuestro peregrinar hasta que nos llegue el momento de nuestro descanso. Un descanso que nos sirva para seguir creciendo en valores personales, en nuevos acontecimientos vividos, en mas conocimientos afianzados en una experiencia reflexiva y enriquecedora.
La vida puede empezar a los sesenta y cinco y no acabar nunca.......

La potenciación

¡Que poco dura un momento! ¡Que poco dura una vida! Y como nos empecinamos muchos en malgastar los minutos, las horas. Y aún peor como nos empecinamos algunos en destrozar las vidas de los demás por el mero hecho de hacerlo.
De vuelta a la realidad, a esa realidad que no nos abandona, que nos cubre de apatía, de rutina insulsa.
El lento regresar a esa realidad se va produciendo.
Se van repitiendo las situaciones pasadas, superadas y hoy de nuevo pendientes para demostrar valías y méritos inexistentes.
Apenas un suceso para caer una vez mas al suelo.
A lo largo de mi vida laboral he ido reencontrandome con situaciones ya vividas. Hoy he vuelto a revivir una de ellas que tenía casi olvidada.
Potenciar la impresión de capacidad de un trabajador no es tarea fácil para algunos. En cambio otros, sin necesidad de hacerlo, lo llevan a cabo para mérito propio. Esa es la situación que hace historia.
Y esta es la historia. Empieza cuando tras un proceso selectivo “claro y limpio” un empleado ha conseguido “su” plaza, porque “ha demostrado” su capacidad mas allá de “toda duda razonable”.
Lo que no ha demostrado, pero “demostrará” es su capacidad no sólo para desempeñar las funciones de “su” plaza tan “merecidamente” conseguida, sino para cualquier otro menester que con sabiduría le sea “sugerido” por quien se siente pleno poseedor de la “verdad”.
La sugerencia no es sino aquello a lo que muchos trabajadores previamente, han tenido que enfrentarse y han resuelto con capacidad.
Para el “nuevo” empleado, la sugerencia es algo sorprendente, elevado y maravilloso. Algo desconocido que confía dominar y que, lejos de la realidad, considera de “vital” importancia y trascendencia.
Se ha resuelto la potenciación. No se ha resuelto el hecho de que otros que hacían esa función se encuentren realizando otras aún menos importantes. No se ha resuelto la necesidad real. Porque lo que ha importado en todo el proceso no ha sido otra cosa que potenciar al “nuevo empleado”, para ganar, de ese modo, puntos frente a quien le recomendó participar en las “objetivas pruebas de selección”.
Casando el proceso con los comentarios del principio, queda claro que esa actuación es una perdida de tiempo. Queda claro que la afectación de otros trabajadores a nadie le importa.
Y van pasando los momentos, y va pasando la vida.... en esta casa de locos.

Otro año, otros propositos

Todas las civilizaciones tienen marcado en su calendario uno o varios momentos, a lo largo del año en los que se proponen la “renovación de sus vidas” ligada a los cambios de ciclo.
El inicio del año (señalado cambio de ciclo) es, para muchos, el inicio de nuevos y buenos propósitos: dejar de fumar, hacer ejercicio, comportarse mejor con la/el parienta/e, adelgazar un poco....
Hoy, aquí, quiero hacer nuevas propuestas de renovación, con intención de sumarlas a las anteriores pero con el propósito de que no queden en meras intenciones (como sucede habitualmente con aquellas): Renovarnos como individuos, dando rienda suelta a nuestras capacidades personales y sociales, escuchando a quienes nos rodean (no solo oyéndolos), apoyando a quienes se esfuerzan por un mañana mejor sin esperar recompensa, enfrentándonos a quienes quieren destrozar nuestra vida y nuestras ilusiones, cultivando la alegría que debe dar haber llegado a un año mas, compartiendo nuestras ilusiones y esperanzas, enfrentándonos a nuestros miedos y pesadillas con valor, y sobre todo intentando, hasta conseguirlo, que el sentido común invada nuestro día a día, sin dejar hueco para las envidias, las afrentas o, porque no incluirlo, las malas ideas.
Quien, temeroso, haya leído lo anterior pensará que el blog ha cambiado de autor o que el autor ha cambiado. Ni lo uno ni lo otro. Estar alejado del puesto de trabajo hace que se tenga perspectiva para ilusionarse pensando en lo que debería ser y no fue. El síndrome del "viaje de bodas" nos acaba afectando a todos. Pero hasta que llegue el enfrentamiento disfrutemos utópicamente de una realidad posible, aunque difícil.
Bienvenidos a todos a este nuevo año, reto, como otros, de nuevos acontecimientos que nos harán vibrar y sufrir pero que sobre todo nos recordarán que seguimos ahí, en esa brecha que como el rayo “no cesa”.