Olvidos

La práctica habitual de quien no se encuentra en una situación, aunque antes haya pasado por ella, es olvidar.
Olvidar que también tuvieron 20 años, quienes tienen ahora mas de 40. Olvidar que pueden llegar a tener 65 años, cuando ahora tienen 40. En fin... olvidar, como objetivo y recurso ante “situaciones presentes”. La razón puede deberse a que el imperante social del momento es ese, el momento, y no cabe el análisis del pasado, no caben las prospecciones futuras. Solo importa el momento.
Si los olvidos son de ese calado, es preocupante la falta de memoria.
Pero mas preocupante es olvidar que un estado es un conjunto de ciudadanos que tienen por objetivo la convivencia. Convivencia que viene mediatizada por una serie de reglas que, poco a poco, se han ido elaborando para conformar esa construcción: el Estado. Reglas que han sido consecuencia de la intervención directa de los ciudadanos sujetos a esas reglas. Reglas que pretenden garantizar la convivencia. Reglas que han venido pretendiendo igualmente que el desarrollo de esa convivencia lo sea de la mejor manera posible para el conjunto de ciudadanos.
Y llegados a este punto lo adecuado es olvidar los apuntes del principio del texto, porque el momento lo impone.
Un momento en el que los planteamientos de solución de los problemas globales del Estado pasan, una vez mas (aunque esto también se ha de olvidar) por el sacrificio de los trabajadores.
Que alguien me explique cómo es posible que en un análisis simple de la convivencia de un estado, es posible olvidar que hay otros elementos que intervienen en su configuración.
¿Donde están los empresarios en este juego convivencial? y, ¿cual está siendo su actuación?, ¿cómo es su comportamiento en ese engranaje que supone la convivencia?.
Superando el olvido (me lo puedo permitir), las relaciones entre empresarios y trabajadores siempre han estado envueltas en un halo de conflicto que periódicamente ha visto modificada su intensidad, desde niveles soportables hasta otros casi excesivos.
En cada momento histórico han operado una serie de procesos que han permitido su superación o al menos su disminución hacia niveles tolerables. Pero cada situación ha conllevado, en los últimos años, la perdida de derechos, de calidad de vida para los trabajadores. Este es un hecho indiscutible.
Cambiando de tercio (aunque ahora no esté bien visto ese proceder taurino) y realizando otro análisis simple de esa estructura de convivencia, nadie pone en duda que la inmensa mayoría del conjunto de ciudadanos corresponde (o quiere corresponder, sin conseguirlo) al grupo de los trabajadores. Los empresarios son una minoría en ese conjunto. Una minoría que controla, con el poder que le otorgan las reglas y otros poderes no contemplados por estas, la sumisión de los trabajadores a sus objetivos.
En la actualidad, se cuestiona la capacidad (con el uso y abuso del término productividad) de los trabajadores. Pero nadie ha cuestionado la capacidad del otro conjunto de ciudadanos, los empresarios.
Quiero, pues, dejar constancia de un hecho incuestionable: los problemas de la convivencia los son de las partes, no necesariamente de una sola de ellas.
Y la capacidad de la otra parte, la de los empresarios, es cuestionable. Muy cuestionable a la vista de las declaraciones recientes y sobre todo a la vista de los resultados de sus, y repito sus, actuaciones.
Por ello, como conclusión, es necesario que “todos” reflexionemos y consideremos adecuadamente cada elemento para analizar sus implicaciones, en esta convivencia obligada. A partir de ahí, con la humildad que nunca ha existido, me gustaría que los empresarios hagan un autoexamen de capacidad y que, como resultado, busquen y encuentren en sí mismos la forma de sortear una situación social que no tiene otra causa que sus propias actuaciones pasadas.