Primavera

Llegó la primavera.....
Hace ya tiempo en una tira de Quino (gran filosofo y dibujante) creo que fue Miguelito (amigo de Mafalda) el que dijo junto a su amiga: “Llegó la primavera”, mientras que sentados en un banco del parque un anciano le decía a otro : “llegué a la primavera”.
Banal, tal vez baladí o tal vez todo lo contrario.
Durante muchos lustros, generaciones y civilizaciones, la forma de medir el paso del tiempo la ha venido marcando la naturaleza. El reverdecer de los campos era señal del propio resurgir, de que la vida tiene una esperanza en si misma, porque la naturaleza la ha puesto ahí.
Ese enfoque de la existencia hacía la estimación del tiempo en términos evidentes, hacía que se entendiese como una participación en la propia naturaleza.
Hoy, apartados de la naturaleza, aferrados a las tecnologías (que no son sino su antítesis), al cemento, al ladrillo, nos vemos inmersos en una secuencia de elementos y acontecimientos que nos marcan el paso del tiempo de forma desordenada, sin control, sin medida.
Y, el extremo mas alarmante de esa falta del control del paso del tiempo, es el empecinamiento en que sean los ciclos económicos los que marquen nuestra existencia, los que condicionen nuestro futuro, los que limiten nuestro presente. Por ello ya no sabemos si será cierto en que plazo de tiempo, marcado tecnológicamente, nuestra situación será mejor o irá a peor.
Nos hemos apartado de las señales que utilizaron nuestros antepasados y que ya no reconocemos, no las observamos y menos aún nos llegan a producir cualquier tipo de emoción. Ya no nos dejamos conquistar por los “misterios” de la naturaleza, no forman parte de nuestra existencia y casi ni de nuestra memoria.
Por eso cuando alguien me envió una foto de un cerezo florido me alegré al pensar que todo no está perdido porque inconscientemente fue seducido por el resurgir de la planta. Por eso he colgado en mi escritorio una foto de un frutal florido (no me preguntéis de que tipo de árbol, no lo se).
Pero lo que está aquí escrito, no lo ha traído la primavera, es parte de esa cultura tecnológica. Es parte de esos elementos que nos acaban atrapando y nos impiden ver mas allá. Aún así, no creo que sea del todo malo, si apenas sirviese para una pequeña reflexión de alguien que se atreva a leerlo.
Hoy la economía nos marca el camino, nos conduce a nuestro destino indicándonos como actuar, según los puntos de sus continuos y acelerados ciclos.
Y nos dejamos guiar porque ya nos nos preocupa lo que nuestros antepasados tenían por prioritario: llenar la despensa. Nos causa angustia el no saber si el sistema económico será, en el futuro, capaz de soportar nuestra carga o nos abandonará en medio del camino. Nos inquieta no saber si podremos mantener el “nivel de vida” al que la misma sociedad no ha conducido. Y esas preocupaciones se acrecientan porque los “ciclos” económicos no son ciertos, no son como las estaciones.
De forma que ya no nos alegra pensar que “llegó la primavera” y tampoco nos consuela saber que “llegamos a la primavera”.
¿Que nos puede ayudar ahora? Tal vez volver la vista atrás, tal vez, tal vez.............

Vanidad, orgullo....


Siempre he tenido verdaderos problemas acerca del significado de algunas palabras. Esto que para cualquiera puede ser insignificante, para mí, casi obsesionado por la comunicación eficaz, supone un problema a resolver. Y creo que ha llegado el momento de aprender.
Empezaré por la última “acusación” formulada hacia mi persona: vanidad.
Rebuscando en etimologías y definiciones, he flipado (palabra de nuestro diccionario) con los resultados.
La wikipedia apunta: “La vanidad es la excesiva confianza y creencia de la propia capacidad y atracción muy por encima de otras personas y cosas”. Bonita “definición” pero falta de objetividad pues ¿a partir de que nivel se debe considerar excesivo? y ¿como conocer los niveles de atracción de quienes nos rodean?.
Menos mal que el loco de Nietzsche acude en mi socorro cuando escribió lo siguiente al respecto: "La vanidad es la ciega propensión a considerarse como individuo no siéndolo..."
Si a lo largo de las parrafadas vertidas en este blog, quedase atisbo de pretensión en el sentido que el alemán citado expresó, agacharé la cabeza y con humildad rasgaré mi capa y modificaré mi comportamiento (difícil tarea).
Aunque no sirva, por subjetiva, mi opinión, creo no haber caído en ese defecto y sin embargo lo veo continuamente a mi alrededor (en esa casa de locos y fuera de ella). Hoy pululan por la casa (y por las calles), en múltiples de sus rincones, sujetos que muestran su vanidad hasta la saciedad, cuando sus actos y obras les delatan continuamente.
Conocerse a uno mismo es el camino que algunos hemos emprendido hace mucho tiempo, sabiendo nuestras limitaciones confiando con mesura en nuestras capacidades.
La vanidad esconde en esos personajes su propia y limitada capacidad, y su comportamiento deriva de calzar una coraza de oro fino que tarde o temprano acabará quebrándose y mostrando la podredumbre de su interioridad.
Orgullo, casi sinónimo de vanidad, es una palabra compleja en sus diversos significados. Es el primero de los siete pecados capitales que Santo Tomás de Aquino relacionó (sirva para los “creyentes”). Y en esa apreciación negativa del concepto, se llega a definir como la sobrevaloración de uno mismo frente a los demás.
La variedad de los significados de esta palabra llega a la paradoja.
Paradójico es que signifique en ocasiones tener un nivel de autoestima adecuada y paradójico es que cuando se utiliza en relación a otras personas o cosas signifique algo positivo, y se considere como algo que cubre nuestras expectativas, valioso para nosotros.
Considero que hasta ahora, en mi ámbito de expresión, entendía el orgullo en su significado negativo, como algo a condenar y condenable en muchos casos por llegar a la sobrevaloración absoluta.
Cuando alguien me pregunta ¿que tal? siempre contesto preguntando si se trata de una pregunta retórica, pretendiendo indagar si su contenido alcanza la realidad o se limita al uso pomposo del lenguaje. ¿Motivo? pues que tratándose de una pregunta retórica no merece una contestación real y acabo diciendo “bien”, aunque sea mentira.
¿Porque introducir esta cuestión?: Pues porque si esa pregunta se realiza a alguien y la respuesta es “yo muy bien como siempre” posiblemente nos encontremos con alguien afectado de orgullo, que “por orgullo” esconde su situación real y en lugar de recurrir a otra retorica contestación al uso “bien ¿y tú?", se explaya en su propio ego y su superioridad para mostrarnos lo que realmente es: un orgulloso.