Libertad, libertinaje y otras patochadas

Esto no es mío, libertad es: “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”, según nuestro Diccionario. A la par, el que se entrega desordenadamente a los vicios y maldades es un libertino.Y para definir patochada de nuevo el diccionario: Disparate, despropósito.
Al margen de la definición del diccionario, la que mas me ha gustado siempre es “la libertad es poder hacer todo lo que se debe querer”. Frase difícil de de digerir, pero que si abre la limitación del ejercicio de la libertad hasta unos límites, no definidos pero presentes.
Todos buscamos la libertad como si fuese algo que nos falta. Nuestro inconformismo nos hace buscarla por todos los rincones, en casa, en la calle, en el supermercado, en el trabajo y hasta en nuestros sueños......
En esta era de información y desinformación la buscamos a través de la comunicación anónima en esa inmensa maraña que se dice Internet.
La norma de la libertad de expresión proteje su ejercicio hasta en ese medio y se utiliza minuto a minuto.
Basta colocar cualquier página en la red para ejercer nuestro derecho. El límite de ese derecho vendrá dado por el respeto, nuestro sentido de la moral y, como no, la legalidad vigente. Esas condiciones pueden garantizar que lo que acabe apareciendo en cualquier página no sea ofensivo y en todo caso siempre cabe la exigencia de responsabilidad sobre su contenido.
Hace años, cuando el conjunto de la red era mas pequeño, quienes incorporaban contenidos o información tenían bien presente la responsabilidad moral de lo que hacían. Publicar una entrada en un foro se hacía para ayudar sobre alguna materia o problema surgido a otros internautas, desde su conocimiento. Hoy en día, posiblemente por una mala interpretación de la comunicación, entrar en en un foro y conseguir una información válida. supone saltarse cientos de entradas vanas, sin contenido.
Pero a pesar de eso, siguen figurando porque se ha entendido que la libertad de expresión impide su eliminación.
Aún siendo algo público, la utilización de Internet puede hacerse de forma que los contenidos allí incluidos sean privativos para quienes su autor establezca. No hay acceso abierto a todos los contenidos que figuran en los múltiples servidores, situados a lo largo y ancho del planeta.
No obstante, cuando alguien elige que sus contenidos, sus incorporaciones a la red sean públicas y además de ello admite que cualquiera pueda trasladarle su critica no puede, (porque coharta la libertad de quien lo hace) eliminarlos.
Cuando empecé a escribir estas patochadas (que las menos de las veces algun incauto lee) era consciente de ello. Pero entendí que la mejor forma de llegar a conocer el alcance de estos escritos no es colocar contadores de acceso o controladores del mismo para averiguar que ingenuo había caido en mis redes. Por eso a cada uno que le comento esta página, le “exijo” comentarios y cuanto más críticos mejor (soy un poco masoca).
Lo lastimoso (para mi) es que apenas, a pesar del empeño, los recibo pero..... ya vendrán tiempos mejores y en todo caso, está viva mi libertad de expresión y por supuesto la de todos aquellos que deseen ejercerla sobre estas páginas.

Quemados

La primera entrada de este blog fue un pequeño apunte sobre el mobbing. Condicionada por una situación que, aunque lejana, quedó grabada en mi memoria por el efecto que produjo en el trabajador.
Hoy le toca a otro palabro de origen anglófono: Burn-out. “Quemado” en nuestra lengua.
Como del mobbing, se ha escrito mucho últimamente sobre este “padecimiento” y no pretendo emular, reitero como ya lo hice, a quienes lo han estudiado en profundidad, analizado su orígenes y evaluando su tratamiento.
Solo busco a través de estas lineas plasmar experiencias relativas a esa situación, experiencias lo suficientemente cercanas como para haberlas sentido.
El trabajo forma parte de las reglas sociales impuestas y aprehendidas, de forma que es un elemento sin el cual no cabe (salvo casos excepcionales) la subsistencia. No hay, según las normas sociales, alternativas para subsistir que no pasen por la realización de un trabajo remunerado, con cuya remuneración podamos adquirir los bienes y servicios que precisamos.
Hace ya tiempo, cuando nadie se extrañaba de las largas jornadas de trabajo, un alto cargo de la Administración Laboral sostenía, en mi presencia, que es imposible que nadie sea capaz de mantener el mismo rendimiento durante una jornada superior a ocho o nueve horas. Hoy muchos estudiosos han llegado a esa misma conclusión, apuntando que a partir de ocho horas de trabajo puede llegar a producirse situaciones del síndrome del “quemado”.
Esa situación, aunque influye, no es determinante. Hay otros elementos que condicionan su desarrollo: la gratificación personal que suponga el desempeño del trabajo, la percepción subjetiva que supone la compensación económica por el esfuerzo realizado, la valoración personal del tiempo de descanso.... y muchos otros que influyen en la persona del trabajador.
Cuando puedes elegir tu trabajo, porque te gusta, es menos probable que por el exceso de dedicación acabe “quemándote”, aunque incluso en esos casos el paso del tiempo descubre las carencias que se producen por no haberse dedicado el suficiente tiempo a uno mismo, a su familia, a sus amigos...
Que la ley marque unos tiempos máximos para la jornada laboral ordinaria no es baladí. Cuando determina los descansos mínimos entre jornadas tampoco es por trivialidad. Al margen de que puedan considerarse como logros sindicales, se trata de una normativa de protección al trabajador frente a los incesantes requerimientos de algunos empresarios.
Y sin embargo, a pesar de la ley, a pesar de los derechos laborales, muchos trabajadores se ven abocados a jornadas insultantes, a cargas de trabajo mas allá de lo que su contrato, las leyes y su propia capacidad de resistencia les permiten. El resultado es de esperar, personas “quemadas”.
Todo esto se debe considerar como la teoría de un proceso, que se viene produciendo animado por la dificultad de conseguir un empleo digno, empujado por la creciente competitividad, estimulado por el exponencial progreso tecnológico y, porque no decirlo, aunque con matizaciones, consentido por los propios sujetos.
En este, nuestro siglo XXI, en el que se ha incrementado la esperanza de vida, en el que la tecnología nos ayuda día a día para facilitarnos las cosas, en el que la salud física está por delante de cualquier otra prioridad, se está considerando muy poco la necesidad de la salud mental. Esa situación que, sin llegar a destruir a la persona, está impidiéndole estar sano, desarrollar sus capacidades, interactuar con otras personas.
Cuando has pasado por esa situación, cuando estas “quemado” es muy difícil de explicar lo que sientes porque todo se te viene abajo, porque pierdes la percepción objetiva de la realidad llegando a perder la conexión con uno mismo.
Me siento inutil ante la posibilidad de dibujar tan solo el exterior, de alguien que se encuentra en esa situación pero no por eso dejaré de intentarlo.
Imaginemos un gran lienzo en cuyo centro se dibuja la faz de esa persona. Es un lienzo grande, repito, para impedir que la persona pueda salir de el, está lo suficientemente lejos de los lados para que, con sus pocas fuerzas, pueda escapar.
El fondo es gris, no de un bonito gris perla. Gris como esas antiguas peliculas de guerra (en blanco y negro) donde todo, hasta la sangre era gris.
El cuadro no es tan simple. Alrededor de la figura se traslucen manchas, de diversos tonos que la rodean y van adquiriendo formas varias: dagas, espadas, martillos, toda clase de objetos imaginables que van cambiando de forma a cual mas terrorifica y peligrosa. Su color, aunque cambiante, debil y grisaceo, les hace distinguirse del fondo lo justo para que sea un impedimento mas para que la figura alcance algún lado del cuadro.
Si el esfuerzo para describir el conjunto ha sido grande, mayor se hace al intentar describir la figura.
Destacan, no por grandes ni luminosos, sus ojos, sin destellos, sin luz, unos ojos que aún pareciendo perdidos no lo están. Estan cansados. Cansados de intentar alcanzar los margenes del cuadro. Agotados por el esfuerzo continuado de intentar encontrar una salida....
El resto de la figura, estática, solo hace pensar en una situación de calma forzada, de constante lucha interna que apenas se exterioriza.
Ese puede ser el retrato de alguien que sufre. De alguien a quien, intencionadamente, están haciendo sufrir.
Quisiera que este esbozo ayude a los que no ven, a los que cierran los ojos ante estas situaciones y sobre todo a aquellos que aún viendolas las permiten, las consienten y las provocan.
Y a la figura del cuadro decirle que la vida tiene mas dimensiones y que con un poco de ayuda de las personas que le aprecian podrá encontrar la salida. Siempre hay una salida, saldremos heridos, debiles, pero saldremos........ y viviremos.

Los medios de comunicación (como esta casa de locos)

Querido anónimo (querido, en sentido no retorico porque mereces mi estima y aprecio por esforzarte en comentar alguna de mis palabras o palabros).
Me alegra que cada uno y, especialmente tu, encuentre su alma. Perdida en divagaciones en muchas ocasiones, oculta entre nuestros miedos y temores en otros casos o simplemente olvidada en algún rincón que no queremos recordar.
Como se intuye, a lo largo de lo publicado, la Cultura (con mayúscula intencionada) es para mi la base del desarrollo, de todos los desarrollos. Y de todos porque es la base del crecimiento de la persona, del conocimiento de uno mismo, del conocimiento de los demás y de la progresión personal.
Hay quienes, por su capacidad, pueden absorber cultura con criterio propio suficiente, adquirido por la experiencia (yo entiendo que la experiencia se consigue con la reflexión sobre los hechos, no por acumulación de los mismos sobre el individuo) y llegar por esa vía a la capacidad de discernir con objetividad frente a una situación.
Pero todos no pertenecemos a esa clase privilegiada (si así se puede considerar) por lo que nos dejamos guiar por los prescriptores y es aquí donde me atrevo (con cautela y respeto) a entrar en el meollo de tu discurso.
Los mayores prescriptores de la sociedad actual, se encuentran en los medios de comunicación, y entre ellos el de mas capacidad comunicativa, la televisión. Una televisión que está llegando a la saturación de contenidos, a la rutina de programaciones y a la absurda uniformidad de los temas tratados. La única diferencia palpable es la forma y la intención al comentar una determinada noticia, según el color de la cadena en pantalla.
Hace ya algún tiempo, mantuve una conversación sobre el futuro de la televisión. Dentro de un planteamiento de posibilidades técnicas limitadas cabían dos alternativas: incremento de la calidad de la imagen (alta resolución) o incremento del número de imágenes (mas cadenas disponibles). En su momento se optó por esa segunda opción sin considerar que una emisión precisa de contenidos y la consecuencia la sufrimos: si no fuese por la invención del mando a distancia las mas de las veces no encenderíamos el televisor. Ya no “vemos la tele”, saltamos como corzos de una cadena a otra “mirando” lo que aparece.
Cualquier momento es bueno para replantearse los proyectos y, como planteas, una televisión autonómica debe ser una televisión de proximidad, con esquemas que sirvan para expandir la cultura propia (y la ajena), con contenidos no mediatizados por el color del gestor de turno, con profesionales a los que se les permita desarrollar su profesionalidad y, sobre todo, con un condicionante, casi olvidado, que el objetivo de la emisión es un público compuesto de personas ávidas de buenos contenidos, mejores y veraces informaciones ..... calidad.
Convertir los objetivos de una cadena autonómica en las retransmisiones de festejos y sucesos deportivos locales, apoyándose en el sesgo de la información y en la rentabilidad política, sólo tiene el futuro que el político de turno quiera estimar. Pero no dejará de ser un engaño hacia las personas que económicamente la están manteniendo en pie. Personas, público que hay que recuperar a toda costa (no vale el argumento de la cantidad de canales disponibles para el usuario).
Y esa recuperación pasa necesariamente por el aprovechamiento de los profesionales, por el aprovechamiento de esos recursos (que los hay), por la planificación y por ir olvidando como objetivo los favores a productoras externas, cuyo sentido del trabajo no tiene nada que ver con el que se puede instaurar en cada uno de los que están dentro de la empresa.
Hasta pronto querido anónimo, no sin antes agradecerte el tedioso trabajo (es broma) de analizar tu comentario que me ha llevado a escribir lo precedente, que espero que a alguien mas le sirva, al menos como ejercicio de reflexión.

De las emociones (en esta casa de locos)

La diferencia que nos separa del resto de seres vivos conocidos (¿habrá algunos cuya existencia ignoremos?) no son nuestras emociones, sino nuestra capacidad de interpretarlas, expresarlas y trasmitirlas.
La escalada de la semana (me aprovecho, a conciencia, de las ideas de otro que lógicamente no mencionaré) ha sido un continuo in crescendo emocional, desgraciadamente a casi todos los niveles, personal, social, laboral... y más.
Quede el amable lector tranquilo que no le abrumaré (al menos no lo intento) con las cuestiones personales, poco con las sociales y un poco (o bastante) mas con las laborales y con el rastrero objetivo de superar el desasosiego que he ido acumulando por su causa.
En la casa de locos donde intento justificar los garbanzos del día, ha sido una semana convulsa para los curritos (supongo e intuyo que para los directivos también). La excitación estaba sobre las mesas, en los pasillos, junto a los cafés, en todas partes. Porque el futuro está en juego, porque los derechos laborales están pendientes de un texto que todos queremos conocer y que ha sido un parto largo y tedioso, difícil y descompensado, controlado sin sutileza y llevado a cabo sin miramiento.
Cuando en otro momento escribí sobre protocolos, concluía con la necesidad de su moderación con el sentido común. Hoy no queda sentido común en este asunto que nos ocupa. No se han llegado a aplicar los “protocolos”, sustituyéndolos por malas maneras. Por tanto no hay (¡Que descanso!) protocolos mal aplicados, ya que desde el primer momento ni siquiera los hubo.
Pero, justamente, los modales puestos en juego han (no había salida posible) desembocado en la activación emocional.
Y si bien nos distinguimos por la capacidad de interpretación de los sentimientos, en conjunto somos egoístas al aplicarla. Vemos la letra según nos muestra nuestro filtro y ese filtro está limitado por nuestro interés personal, las mas de las veces. De forma que, tras una semana de violencia despachera, de “argumentaciones” prefijadas por terceros, de sinsabores por la impotencia que produce el hecho de que en una empresa de estas dimensiones, no haya personas capaces de objetivizar la situación y evaluarla conjunta y convenientemente, solo nos queda autoconvencernos (dura tarea para algunos de nosotros) de que es lo menos malo que podía pasar.
Al menos, se acerca un final esperado y ante la desesperación cualquier final es bueno (así lo creen algunos) y lo es porque supone poner fin a una situación de ansiedad sostenida y de acoso constante por parte de algunos “compañeros” interesados en ese final a toda costa.
Decía Luis Pastor en su canción “un grano no hace granero pero......” y si no completo la frase es porque en esta casa de locos el compañerismo dejó de existir y el grano del granero está enmohecido, es estéril y ni siquiera servirá para alimentarnos emocionalmente.
Así de triste es, al menos desde mi personal filtro, aunque a lo peor se trate de un filtro demasiado objetivo.

Sobre "Un cuento de terror"

Maravillado estoy (dentro de unos límites) porque al fin, tras largos años de omisión sobre el tema, Juan Jose Millás, con esa prosa poética, con su acertado tratamiento lírico e irónico, ha publicado “Un cuento de terror” en esa preciada publicación (adulación necesaria para llamar la atención) semanal de “EL PAIS” del pasado día 9.
Título lamentablemente elegido (salvo si lo ha sido por autentico sarcasmo) porque no es ficción, es una realidad que, si en este momento aparece en Madrid, ya está extendida como la peor de las infecciones en la Comunidad Valenciana (y poco se ha comentado sobre ello).
En esta Comunidad del 10%, sus administradores públicos han estado “gestionando” la sanidad, la educación y los servicios de la forma mas adecuada a sus intereses, favoreciendo con el dinero público a los amiguetes de turno.
Durante mas de una década se ha estado desmantelando la sanidad pública valenciana, minando sus bases, y promoviendo una sanidad privada carente de recursos y cuyo objetivo de gestión no es la salud, sino el beneficio empresarial. Beneficio que acabamos pagando todos porque tras ese largo período la Administración Pública Valenciana ha reconocido su incapacidad para el control, no sólo sanitario sino económico de esas clínicas privadas (cuyo número y nombres ya no domina).
Aturdir a los sufridos lectores con situaciones concretas puede convertirse en un escrito de dimensiones bíblicas.
Pero dejen al menos que cite un par de ellas a modo de ligero apunte, que sirva a los incrédulos, para corroborar lo expuesto.
Un ”enfermito”, como diría un actor de televisión, tras pasar por sucesivas pruebas en un hospital público (no digo nombre para no ofender pero si que lo anuncio como el mas emblemático de la ciudad del Túria), acaba precisando una prueba, definitiva para la evaluación de su enfermedad, en: “una clínica privada”, porque en ningún hospital público tienen el equipamiento para realizarla.
El enfermo no debe quejarse porque el coste no saldrá de su bolsillo, saldrá (corregido y aumentado del de todos nosotros).
En el mismo hospital un sencillo aparato para rehabilitación (digo uno porque ese es el número real con el que cuentan) lleva años sin repararse por falta de presupuesto, derivándose a los (doblemente) pacientes necesitados de él a otro tipo de tratamiento, sin considerar ni su adecuación ni su eficacia sanitaria.
En fin, gracias a J. J. Millás por obligarme a movilizar mis neuronas aunque haya sido a costa de mi sosiego y gracias a quienes, conscientes de la situación, ponen su granito para que poco a poco vaya mejorando en favor de todos: enfermos, estudiantes, personas.....

Protocolos y sentido común

Un protocolo es la aplicación de un reglamento que permite la ejecución de procesos con uniformidad.
A mayor complejidad de los procesos, y cuando el número de estos se va incrementando, mayor necesidad de normalización, mayor necesidad de un protocolo que unifique actuaciones.
No obstante, como todo proceso de regularización, corre el riesgo de que el análisis de los factores se tergiverse, se confunda y, en consecuencia, la aplicación del protocolo acabe produciendo un efecto perverso situándolo fuera de todo sentido común (que como sabemos es la “facultad de juzgar razonablemente las cosas”).
En un proceso judicial la figura central es el juez, que con capacidad para juzgar y sentenciar aplica procedimientos y “protocolos”, aunque mediatizados por su facultad para juzgar razonablemente, es decir mediatizados por el sentido común.
Pretender actuar con la mera aplicación de la “letra” (ya sea de la ley o de otra instrucción) es como mínimo riesgoso (dicho como en América). Si además las consecuencias de esa actuación afectan a personas, a su futuro, a su vida, la osadía puede adquirir tintes trágicos.
Si trato este tema no es por mera casualidad. Recientemente he tenido que atravesar dos situaciones que aunque bien distintas son consecuencia de la aplicación del protocolo de turno, sin considerar las consecuencias que las personas afectadas habrán padecer por no mediar en su aplicación el sentido común.
Investirse en juez, si la persona que lo hace es lo suficientemente cautelosa, no es cosa fácil. Hace falta una gran dosis de humildad para reconocerlo, pero así es.
Y precisamente por cautela tengo que diferenciar entre las dos situaciones que planteaba.
La primera de ellas es una caso aislado, laboral, en el que se ha aprovechado la situación de juez y parte en el proceso, para aplicar sin miramiento ni consideración un protocolo que un juez exparte (no voy a citar cuantos ni cuales ya lo han hecho) hubiese mediatizado convenientemente con ese sentido común imprescindible en estos casos.
Para calificar el segundo caso, personal, quisiera (pero no puedo) justificarlo por no ser un caso aislado, por ser un protocolo de aplicación amplia. Y si no puedo justificarlo no es por la afectación personal que me produzca sino porque ese protocolo afecta a personas y en esos casos el sentido común del que actúa debe primar sobre lo que dicte el protocolo.
Todos estamos sujetos a las normas, los protocolos y los procedimientos pero, desde aquí, quiero dar un toque de atención a quienes los aplican, para que no olviden el sentido común en su aplicación porque (y no es una amenaza sino una realidad), en cualquier momento pueden verse inmersos en un protocolo que les puede destrozar su futuro, sus esperanzas, su vida.

Prescriptores

Hoy pago por tu opinión, aunque mañana no me des la razón.
Este podría ser un nuevo refrán de este nuevo siglo XXI, en el que el desarrollo de los medios de comunicación nos está llevando a situaciones insostenibles, por lo contradictorias y lo poco coherentes.
Cualquier tratado de sociología o marketing aborda la figura del prescriptor (palabro, que no palabra de nuestro amado Diccionario) y lo definen, según el caso, como “aquellos que ni compran el artículo, ni lo pagan, ni lo fabrican, ni lo venden pero actúan de forma que en la práctica su recomendación obliga al cliente a comprarlo”.
Una forma de definición, mas cercana al área social, sería: “las personas que debido principalmente a su posicionamiento y reconocimiento social pueden incidir fuertemente en la opinión general de otras personas, orientando su inclinación hacia un determinada actitud e incluso comportamiento”. Este tipo de personajes suelen ser utilizados en el mundo de la comunicación y la publicidad para ayudar a sensibilizar a un determinado estrato social frente a una idea.
De forma llana, son aquellos capaces de hacernos pensar y actuar según sus dictámenes, sin que nos cuestionemos sus argumentos, porque previamente estamos convencidos (ya se han ocupado de ello) de la rectitud de sus propuestas, es decir porque confiamos en ellos.
Hasta ahora han aparecido varios conceptos cuya interrelación convendría analizar: los medios de comunicación, el reconocimiento social, la obligación hacia otras personas, los estratos sociales y la confianza.
En un mundo en el que los medios de comunicación acaban desinformando por exceso de información, donde ciertos estratos sociales son muy susceptibles a esa información, donde los criterios de muchas personas para dar crédito a un prescriptor son meramente subjetivos y donde la desconfianza respecto a cualquier otro “prescriptor” viene impuesta por el que ha conseguido la confianza de aquellas personas, poco o nada cabe hacer.
No es derrotismo, es la realidad que día a día nos rodea.
Una realidad que sólo se puede cambiar con cultura y formación. Cultura para conocer los hechos y formación para ser capaces de tener criterio propio para interpretarlos.
Los prescriptores han existido siempre. La diferencia con la situación actual es que cada uno lo era en su medio, un medio en el que se especializaron y del que tenían gran conocimiento. Y otra gran diferencia era que, fuera de ese medio no se ocupaban de influenciar porque su ética se lo impedía.
Hoy la ética se ha olvidado, hoy la imagen manda. Hoy basta que una imagen nos diga, al dictado de otros que no aparecen, lo que debemos pensar y hacer. Y nosotros (por generalizar) vamos y lo hacemos. ¿Como entender el “éxito” de tanto contertulio cuyo mayor mérito llega a ser haber cruzado dos palabras con un famoso de turno?
Me estoy acercando a Ubeda (y veo sus cerros) porque estas situaciones hacen que me sienta frenético a la par que impotente, incompetente e inepto (vamos un inútil).
Todo lo que aquí se ha expuesto vale para los múltiples ambientes en que nos movemos incluido el laboral.
Prescriptores haylos: jefes, compañeros “cualificados”, representantes de los trabajadores.....
La cuestión es si somos capaces de diferenciar cuales deben serlo para nosotros, y en que área o si nos dejamos llevar por el primero que pasa y del que nos hemos creído sus argumentos.
Argumentos que pueden ser eticamente correctos o como decía el refrán del principio, una opinión comprada que con el tiempo acaba convirtiéndose en una sinrazón.

Los gestores políticos, los sindicatos y los partidos (la “fina linea” que los separa)

La eterna pregunta ¿fue antes la gallina o el huevo?, en algunos casos tiene respuesta.
El 14 de agosto de 1888 se constituye la Unión General de Trabajadores, mientras que el Partido Socialista Obrero Español lo hizo el 2 de mayo de 1879. Queda claro cual fue constituido antes, aunque, en sus inicios, la importancia social conseguida por la UGT fue mayor y hasta principios del siglo XX el PSOE no tuvo representación parlamentaria.
En aquellos orígenes, cuando aún se podía hablar de ideologías, ambas organizaciones compartían gran parte de sus objetivos, cada una en su ámbito.
La fundación del Partido Popular se produce en el año 1989 (110 años después) y como resultado de modificaciones de diversas agrupaciones cuyo origen fue Alianza Popular (constituida en 1976 por exministros del franquismo). En ningún momento ha habido pronunciamiento de sindicato alguno hacia estos partidos (al menos que se sepa).
Esos son los orígenes. La situación actual es distinta. CCOO, sindicato mayoritario de ámbito estatal comparte su hegemonía con UGT y ambas organizaciones colaboran, en la defensa de los trabajadores, con ideología similar aunque puesta en práctica de diferente modo.
Al margen han surgido otras organizaciones sindicales, con objetivos distintos y las mas de las veces con el intento de defender intereses concretos de grupos de trabajadores y no del conjunto. Esa forma de actuar no les quita legitimación aunque si hace que su visión de la problemática laboral sea parcial. Se ciñen a sus afiliados, grupos interesados en reivindicaciones propias, que en pocas ocasiones llegan a coincidir con los intereses colectivos.
Un caso concreto puede ser el sindicato USO, fundada en los años 50 en núcleos cristianos obreros, cuya área de actuación se centra en los empleados públicos.
Esa puede ser, muy resumida, la situación de los sindicatos respecto de los partidos políticos con los que pueden compartir objetivos o ideologías.
Analizar las situaciones concretas de actuación de las organizaciones sindicales en su nivel inferior (la empresa) puede dar como resultado múltiples casuísticas. No faltan empresas en las que se alcanzan “acuerdos” mas allá de lo convenialmente correcto con alguno de los dos sindicatos mayoritarios.
No obstante, favorecer la implantación de un sindicato, con el objetivo de su control, por parte del empresario tiene otro nombre y otro, muy distinto, tratamiento.
Cuando en una empresa pública se fomenta la afiliación a un determinado sindicato con el único argumento de “si me quieres dímelo”. Cuando los miembros gestores de ese sindicato son los mas favorecidos por el gestor de turno de la empresa pública. Cuando el mas mínimo desencuentro se convierte en una constante persecución y derribo. ¿Que palabras utilizar para definir esa situación? Y sobre todo, cuando se pretende utilizar la representatividad, conseguida de esa forma, para imponer sus criterios parciales inducidos por el gestor de la empresa: ¿como cabe actuar para restaurar el orden sociolaboral, la legitimidad y otros valores inherentes a cualquier organización sindical que se precie?
Difícilmente. Porque aceptar que esa situación se está produciendo, supone un esfuerzo por parte de esos representantes sociales, mas allá de lo que son capaces de entender. Como ya he comentado en otras ocasiones y el sentido común nos dicta, para actuar de forma distinta hay que ser conscientes de que se hace mal, y capaces de aplicar la objetividad necesaria para modificar la conducta. De otro modo solo queda el autoconvencimiento. Y creedlo todos, que no sólo es cierto sino además verídico: que hay personas capaces de autoconvencerse de cualquier cosa como de que son independientes, de que defienden a sus compañeros, de que son los únicos que entienden la situación social (como aquel del paso cambiado en el desfile: mi hijo es el único que lleva bien el paso), de que ....... ¿Para que insistir más, si el que no escucha no va a oír nada?
Solo apuntar que no es malo que un partido y un sindicato tengan ideologías similares pero que nadie pierda los papeles, cada uno con sus objetivos diferenciados.
La historia debe enseñarnos (y nosotros aprender de ella) cuando nos cuenta que las huelgas generales mas importantes se produjeron curiosamente con gobierno socialista y lógicamente organizadas por los sindicatos mayoritarios de tendencia... “socialista”.