Señales

En este momento, del mundo que nos ha tocado vivir, estamos sujetos a la libertad y sobre todo oprimidos por su ejercicio indiscriminado y tendencioso.
El mal pensante no seguirá leyendo al entender que lo escrito atenta contra el sistema democrático cuyo bastión es precisamente la libertad.
No pretendo cambiar los valores establecidos, nada mas lejos de mi intención que entablar un debate sobre los límites de las libertades. Pretendo centrarme en la capacidad de los medios de “modificar” las opiniones de los demás.
En otra ocasión plantee la figura del prescriptor, que con el apoyo de los medios de comunicación, consigue que el individuo tome partido por una opción sin que en ningún momento haya tenido la información suficiente para ese decantamiento.
Encontrarnos en un mundo en el que las áreas de conocimiento se han extendido tanto, hace casi imposible que cualquier persona pueda ejercer su capacidad crítica con conocimiento de causa. No es menosprecio de esas capacidades, es una realidad que nos invade día a día con informes científicos (algunos), informaciones (en otros pocos casos) y (sobre todo) opiniones.
Opiniones que no interesa diferenciar del resto de elementos citados, que en la mayoría de los casos se disfrazan de informaciones y los mas osados hasta de informes pseudocientíficos.
El objetivo en todos estos últimos casos es el mantenimiento de las cuotas de poder, de ese poder que otorga la audiencia en los medios. Estar en el candelero tiene su coste y muchos están dispuesto a pagarlo.
Aunque ese coste sea faltar a la verdad, aunque ese coste suponga eludir los principios del profesional, aunque ese coste suponga mayor coste para terceros, aunque se sea consciente del mal hacer y del daño cometido. No importa, porque actuando de otro modo (el correcto y honesto) puede perderse audiencia, cuota de pantalla y hasta el rol de prescriptor.
Teoría y teoría, ¿donde está la práctica? ¿una muestra?: el cartel que ilustra este artículo y sus consecuencias.
Una emisora de televisión informa del curioso cartel, colocado expresamente por una comunidad gitana (no ha de cuestionarse, puesto que documentalmente así se comprobó). Un cartel que cumplió los objetivos de seguridad de los transeúntes (niños o no, gitanos o menos gitanos) y con el que hasta los que cumplían con su obligatoriedad (relativa) de cumplimiento estaban de acuerdo.
Es el escueto relato de una situación objetiva que permitió resolver una problemática real sin que nadie de los implicados en el proceso se sintiese ofendido.
Al día siguiente, un prescriptor de los medios de comunicación, eludiendo el trasfondo de la noticia hace polémica sobre el cartel, acude a los sentimientos de racismo y postula mil elucubraciones sobre las “responsabilidades” de este tipo de “comportamientos”.
Lógicamente, quienes no siguieron el día anterior la noticia (se difundió en otra cadena) acabarán convencidos, por este prescriptor mal informado, de la negatividad de esa acción de colocar el dichoso cartel.
Creo que es suficiente lo escrito para comprender que la responsabilidad de la información es lo suficientemente importante como para no eludir la documentación que soporte la noticia. Creo que queda suficientemente claro que se debe diferenciar con claridad lo que es una información, documentada, analizada, estudiada y elaborada con objetividad, de lo que es una opinión para lo que únicamente se precisa capacidad dialéctica.
Pretender que las informaciones vayan acompañadas de sus fuentes (como sucede en los informes científicos) es absurdo. Pero pretender que cualquier información sea la consecuencia de un proceso que a todos los profesionales se les enseñó, es una necesidad. Y sobre todo pretender que se informe con objetividad, veracidad y claridad es un derecho que viene reclamado por la propia libertad, esa libertad que al principio pareciese cuestionada.

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