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En una sociedad en la que “todos” somos distintos, en la que los esfuerzos de marketing y ventas se empecinan en “hacernos” distintos, apenas algunos nos damos cuenta de que tras el bosque de diferencias implementadas, seguimos siendo iguales.
Iguales al emocionarnos, iguales al sentir alegría y sufrimiento. Iguales en nuestras necesidades de fondo, y al fin iguales ante las leyes. Porque estas son las que determinan la base del funcionamiento de la sociedad y nosotros, como individuos, no merecemos (aunque algunos lo pretendan) un trato distinto al de nuestros conciudadanos.
Y por eso cuando nos llaman ante la justicia, para aplicar la ley, da igual que lo hagamos con traje de Armani o vaqueros, con bolso de Louis Vuitton o comprado en el mercadillo, somos iguales.
Y esa igualdad ha de operar hasta el extremo de impedir que alguien cene en Nochebuena con jamón de Jabugo regalado, a cambio de favores, por un administrado. No estoy en contra del jamón, estoy en contra de la forma en que algunos lo consiguen.
Este país sigue siendo un país de dádivas. El enfermo que se ha recuperado por la intervención de un empleado público, se ve “obligado” a llevarle un “regalo”. Regalo que acaba en la basura o en cualquier lugar bien distinto al que aquel enfermo había previsto.
Este país sigue siendo un país de feudos, donde al señor feudal se le permite todo y se le ofrece más.
Donde el señor feudal tiene el derecho de exigir sus “compensaciones” por los “servicios prestados”.
Pero “querido pueblo” los señores feudales de hoy en día están en ese puesto porque “el pueblo” los ha puesto. No hay Dios que nos los imponga. Ni Cristo que los haya bendecido como señores feudales. Y todos ellos han de entrar en esa igualdad que se esconde tras el bosque.
Llevemos adelante el esfuerzo que supone arrancar algo obsoleto de nuestra cultura. Tomemos la decisión que requiere iniciar el desarraigo. Consigamos una sociedad a la altura de nuestro tiempo. Que “los ricos” no dejarán de serlo porque han acumulado sus bienes aprovechando el esfuerzo de los demás. Que “los pobres” también tienen derecho a probar el jamón de Jabugo alguna vez aunque compren sus ropas en el mercadillo de la esquina.

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