Quemados

La primera entrada de este blog fue un pequeño apunte sobre el mobbing. Condicionada por una situación que, aunque lejana, quedó grabada en mi memoria por el efecto que produjo en el trabajador.
Hoy le toca a otro palabro de origen anglófono: Burn-out. “Quemado” en nuestra lengua.
Como del mobbing, se ha escrito mucho últimamente sobre este “padecimiento” y no pretendo emular, reitero como ya lo hice, a quienes lo han estudiado en profundidad, analizado su orígenes y evaluando su tratamiento.
Solo busco a través de estas lineas plasmar experiencias relativas a esa situación, experiencias lo suficientemente cercanas como para haberlas sentido.
El trabajo forma parte de las reglas sociales impuestas y aprehendidas, de forma que es un elemento sin el cual no cabe (salvo casos excepcionales) la subsistencia. No hay, según las normas sociales, alternativas para subsistir que no pasen por la realización de un trabajo remunerado, con cuya remuneración podamos adquirir los bienes y servicios que precisamos.
Hace ya tiempo, cuando nadie se extrañaba de las largas jornadas de trabajo, un alto cargo de la Administración Laboral sostenía, en mi presencia, que es imposible que nadie sea capaz de mantener el mismo rendimiento durante una jornada superior a ocho o nueve horas. Hoy muchos estudiosos han llegado a esa misma conclusión, apuntando que a partir de ocho horas de trabajo puede llegar a producirse situaciones del síndrome del “quemado”.
Esa situación, aunque influye, no es determinante. Hay otros elementos que condicionan su desarrollo: la gratificación personal que suponga el desempeño del trabajo, la percepción subjetiva que supone la compensación económica por el esfuerzo realizado, la valoración personal del tiempo de descanso.... y muchos otros que influyen en la persona del trabajador.
Cuando puedes elegir tu trabajo, porque te gusta, es menos probable que por el exceso de dedicación acabe “quemándote”, aunque incluso en esos casos el paso del tiempo descubre las carencias que se producen por no haberse dedicado el suficiente tiempo a uno mismo, a su familia, a sus amigos...
Que la ley marque unos tiempos máximos para la jornada laboral ordinaria no es baladí. Cuando determina los descansos mínimos entre jornadas tampoco es por trivialidad. Al margen de que puedan considerarse como logros sindicales, se trata de una normativa de protección al trabajador frente a los incesantes requerimientos de algunos empresarios.
Y sin embargo, a pesar de la ley, a pesar de los derechos laborales, muchos trabajadores se ven abocados a jornadas insultantes, a cargas de trabajo mas allá de lo que su contrato, las leyes y su propia capacidad de resistencia les permiten. El resultado es de esperar, personas “quemadas”.
Todo esto se debe considerar como la teoría de un proceso, que se viene produciendo animado por la dificultad de conseguir un empleo digno, empujado por la creciente competitividad, estimulado por el exponencial progreso tecnológico y, porque no decirlo, aunque con matizaciones, consentido por los propios sujetos.
En este, nuestro siglo XXI, en el que se ha incrementado la esperanza de vida, en el que la tecnología nos ayuda día a día para facilitarnos las cosas, en el que la salud física está por delante de cualquier otra prioridad, se está considerando muy poco la necesidad de la salud mental. Esa situación que, sin llegar a destruir a la persona, está impidiéndole estar sano, desarrollar sus capacidades, interactuar con otras personas.
Cuando has pasado por esa situación, cuando estas “quemado” es muy difícil de explicar lo que sientes porque todo se te viene abajo, porque pierdes la percepción objetiva de la realidad llegando a perder la conexión con uno mismo.
Me siento inutil ante la posibilidad de dibujar tan solo el exterior, de alguien que se encuentra en esa situación pero no por eso dejaré de intentarlo.
Imaginemos un gran lienzo en cuyo centro se dibuja la faz de esa persona. Es un lienzo grande, repito, para impedir que la persona pueda salir de el, está lo suficientemente lejos de los lados para que, con sus pocas fuerzas, pueda escapar.
El fondo es gris, no de un bonito gris perla. Gris como esas antiguas peliculas de guerra (en blanco y negro) donde todo, hasta la sangre era gris.
El cuadro no es tan simple. Alrededor de la figura se traslucen manchas, de diversos tonos que la rodean y van adquiriendo formas varias: dagas, espadas, martillos, toda clase de objetos imaginables que van cambiando de forma a cual mas terrorifica y peligrosa. Su color, aunque cambiante, debil y grisaceo, les hace distinguirse del fondo lo justo para que sea un impedimento mas para que la figura alcance algún lado del cuadro.
Si el esfuerzo para describir el conjunto ha sido grande, mayor se hace al intentar describir la figura.
Destacan, no por grandes ni luminosos, sus ojos, sin destellos, sin luz, unos ojos que aún pareciendo perdidos no lo están. Estan cansados. Cansados de intentar alcanzar los margenes del cuadro. Agotados por el esfuerzo continuado de intentar encontrar una salida....
El resto de la figura, estática, solo hace pensar en una situación de calma forzada, de constante lucha interna que apenas se exterioriza.
Ese puede ser el retrato de alguien que sufre. De alguien a quien, intencionadamente, están haciendo sufrir.
Quisiera que este esbozo ayude a los que no ven, a los que cierran los ojos ante estas situaciones y sobre todo a aquellos que aún viendolas las permiten, las consienten y las provocan.
Y a la figura del cuadro decirle que la vida tiene mas dimensiones y que con un poco de ayuda de las personas que le aprecian podrá encontrar la salida. Siempre hay una salida, saldremos heridos, debiles, pero saldremos........ y viviremos.

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