De las emociones (en esta casa de locos)

La diferencia que nos separa del resto de seres vivos conocidos (¿habrá algunos cuya existencia ignoremos?) no son nuestras emociones, sino nuestra capacidad de interpretarlas, expresarlas y trasmitirlas.
La escalada de la semana (me aprovecho, a conciencia, de las ideas de otro que lógicamente no mencionaré) ha sido un continuo in crescendo emocional, desgraciadamente a casi todos los niveles, personal, social, laboral... y más.
Quede el amable lector tranquilo que no le abrumaré (al menos no lo intento) con las cuestiones personales, poco con las sociales y un poco (o bastante) mas con las laborales y con el rastrero objetivo de superar el desasosiego que he ido acumulando por su causa.
En la casa de locos donde intento justificar los garbanzos del día, ha sido una semana convulsa para los curritos (supongo e intuyo que para los directivos también). La excitación estaba sobre las mesas, en los pasillos, junto a los cafés, en todas partes. Porque el futuro está en juego, porque los derechos laborales están pendientes de un texto que todos queremos conocer y que ha sido un parto largo y tedioso, difícil y descompensado, controlado sin sutileza y llevado a cabo sin miramiento.
Cuando en otro momento escribí sobre protocolos, concluía con la necesidad de su moderación con el sentido común. Hoy no queda sentido común en este asunto que nos ocupa. No se han llegado a aplicar los “protocolos”, sustituyéndolos por malas maneras. Por tanto no hay (¡Que descanso!) protocolos mal aplicados, ya que desde el primer momento ni siquiera los hubo.
Pero, justamente, los modales puestos en juego han (no había salida posible) desembocado en la activación emocional.
Y si bien nos distinguimos por la capacidad de interpretación de los sentimientos, en conjunto somos egoístas al aplicarla. Vemos la letra según nos muestra nuestro filtro y ese filtro está limitado por nuestro interés personal, las mas de las veces. De forma que, tras una semana de violencia despachera, de “argumentaciones” prefijadas por terceros, de sinsabores por la impotencia que produce el hecho de que en una empresa de estas dimensiones, no haya personas capaces de objetivizar la situación y evaluarla conjunta y convenientemente, solo nos queda autoconvencernos (dura tarea para algunos de nosotros) de que es lo menos malo que podía pasar.
Al menos, se acerca un final esperado y ante la desesperación cualquier final es bueno (así lo creen algunos) y lo es porque supone poner fin a una situación de ansiedad sostenida y de acoso constante por parte de algunos “compañeros” interesados en ese final a toda costa.
Decía Luis Pastor en su canción “un grano no hace granero pero......” y si no completo la frase es porque en esta casa de locos el compañerismo dejó de existir y el grano del granero está enmohecido, es estéril y ni siquiera servirá para alimentarnos emocionalmente.
Así de triste es, al menos desde mi personal filtro, aunque a lo peor se trate de un filtro demasiado objetivo.

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