Los problemas del Estado

Cualquier tratado de economía establece una serie de atribuciones al Estado. Al que no sea docto en la materia poco le van a interesar. Pero es conveniente que se sepa que efectivamente (o al menos con carácter normativo) esas atribuciones existen, que esas competencias se desarrollan.
Una cosa es su desarrollo, dentro de las capacidades normativas del Estado, y otra que ese desarrollo llegue a producir los efectos deseados.
Los Estados, sus administraciones, cada día son mas grandes, con mas cantidad de funcionarios, mas competencias, mas asuntos sobre los que legislar y por supuesto, con mayores ingresos vía impuestos.
Pero su “poder” no va más allá. Su capacidad de control de los otros agentes de poder queda fuera de sus competencias, fuera de sus niveles de intervención.
De esos agentes, los económicos, son los que tienen el predominio del control real de la población, son los que establecen las condiciones reales de desarrollo de su relación con los grupos sobre los que actúan. No vamos a hablar de cuales son los diversos objetivos de estos grupos. No vamos a entrar en su capacidad para, a través de la globalización, internacionalización y otros procesos recientes del sistema productivo, conseguir su objetivo prioritario: el beneficio económico. Pero si conviene decir que ese proceso de obtención de beneficio se lleva a cabo en una situación global en la que los recursos, los medios de enriquecimiento, son limitados.
Sumar esos parámetros nos lleva a una conclusión clara, que quienes acabarán siendo azotados por ese poder económico serán los más débiles. El Estado queda en segundo plano, su actuación se ve mediatizada y utilizada por esos grupos de poder, dejando en la indefensión a esos débiles.
Tras mostrar esa foto de la situación, la conclusión definitiva no puede ser mas clara. Los pilares de la vida social de este siglo, los pilares democráticos, de participación, de consecución de mejoras sociales, de desarrollo personal, de prosperidad, están quedando muy lejos de los que se planteaban como posibles pilares de convivencia en la segunda mitad del pasado siglo.
La situación es esa, indudablemente, y la pregunta subsiguiente es si caben alternativas a esa situación, si el paso del tiempo será capaz de mostrarnos nuevos caminos.
La historia poco podrá ayudarnos a descubrir esas alternativas, pero sí nos ayuda a entender la situación actual. El problema global está servido, solo falta que algún “solucionólogo” sea capaz no solo de afrontarlo, sino de hacerlo con el suficiente poder como para que deje de ser eso: un problema.

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